El valle de las Caderechas
Las Caderechas es un pequeño y sorprendente enclave burgalés situado en el costado noroccidental de la comarca de La Bureba, a las puertas de Las Merindades. Se ubica en un privilegiado emplazamiento en el límite de tres grandes unidades geomorfológicas del norte de la provincia de Burgos: las parameras de La Lora en el oeste, el Valle de Valdivielso al norte y la depresión de La Bureba al sur.
Su estructura, cerrada al norte y al oeste por una elevada cresta caliza, se presenta como una gran depresión protegida de los dominantes vientos norteños que determinan el microclima del que goza, propiciando un extenso cultivo de árboles frutales. El sur y este del área están surcados por los profundos valles abiertos por una serie de modestos arroyos tributarios del río Homino y el Oca, del no muy lejano río Ebro.
Testimonio de ese gran valor medioambiental es la inclusión de la mayor parte de su área dentro de la red europea de espacios ‘Natura 2000’, con la designación de LIC (lugar de importancia comunitaria) y de ZEPA (zona de especial protección para las aves).

Su quebrado y aislado paisaje, pintado con el verde de los bosques y los árboles frutales, aparece salpicado de pintorescos pueblos que han sabido conservar todo el sabor de su bella y funcional arquitectura popular. Las viviendas de piedra de sillería y las llamativas casas de entramado forman conjuntos urbanos armoniosos y perfectamente integrados en el paisaje. En la fachada de distintas casas hidalgas encontramos labras de piedra de los nobles linajes familiares. Desde el punto de vista artístico, la huella del románico burebano es visible en algunas iglesias y ermitas.

Sin siquiera adentrarse mucho en el valle, pronto percibimos la alternancia entre los dos elementos que caracterizan su paisaje vegetal: los maduros bosques de pino, quejigo y encina, con los campos de cerezos y manzanos. Si los primeros sirven de refugio a una importante comunidad faunística, los segundos son los responsables de las afamadas –con sendas Marcas de Garantía que avalan su calidad–, cerezas y manzanas reineta de Las Caderechas. Unos cultivos frutales de larga tradición que ya están reseñados en documentos del monasterio de San Salvador de Oña fechados en el año 1032.

Favorecidos por un denso sotobosque de helechos, brezos y boj en estos bosques encuentra refugio una gran variedad animal: los jabalíes, zorros y, sobre todo, los corzos. Entre las rapaces del bosque están presentes águilas culebreras, halcones abejeros, gavilanes y azores. Otras aves que también cubren los cielos del páramo y las paredes rocosas son los buitres leonados, sobrevolando a cientos de metros por encima de las cantarinas golondrinas, que rebosan en los aleros de las casas caderechanas en verano.

Las especies arbóreas más representativas del paisaje se combinan entre las autóctonas, típicas del bosque mediterráneo (robles, encinas, quejigos, pino negro y albar y enebros) y aquellas especies foráneas que repoblaron los montes a lo largo del siglo XX. Ejemplo de ello fue la plantación sistemática del pino resinero, con un rendimiento basado en el aprovechamiento maderero y resinero. Con el abandono progresivo de la actividad resinera en las últimas décadas, el bosque autóctono ha vuelto a cobrar protagonismo; sobre todo en las zonas bajas y fértiles del valle, próximas a los ríos y arroyos, donde proliferan especies como el avellano, el olmo, el nogal, o el álamo negro.

Hoy en día el valle es mayoritariamente conocido por sus frutales y la floración de sus cerezos en primavera, y estos, junto a las manzanas, constituyen los productos estrella del valle. Lo que no espera el visitante actual es encontrar algún retazo de historia entre los boscosos paisajes y las sinuosas carreteras. Pero en este recóndito valle, los páramos y los montes han sido testigo del trabajo ejercido por molinos, han visto centrales hidroeléctricas en funcionamiento y escondido ermitas y monasterios a la sombra de las encinas y los robles. También se ubican cercanos a los núcleos urbanos cascadas, acueductos y puentes centenarios, pero en este valle agreste y caprichoso los escondemos a veces, y solo se dejan ver ante aquellos ojos curiosos de quienes desean verlos.
Fragmentos de textos de Enrique del Rivero y Jorge Plaza Bárcena